Intuir es un arco iris de posibilidades.
Cuando aparece esa sensación premonitorea en mi ser que acapara mi cuerpo y languidece el deseo de ser por un rato, es la más oscura gama del arco iris de mi propia intuición.
El pensar y el sentir se amalgaman de un modo tan penetrante que no logro distinguir uno del otro ni con el máximo esfuerzo. Entiendo con compasión y dolor a un ciego. Ni con el máximo esfuerzo puedo ver con claridad ni con dificultad el hilo que separa mi derecho de mi invasión.
No logro ni con toda la luz del planeta conservar los colores, creer en ellos.
Y cuando de repente todo ese camino de sensación se concreta brutalmente en la realidad, se termina de teñir el puñal del sin sabor y del deseo de languidecer.
Transportarme lejos es lo único que me aliviaría. Pero aún no lo hago.
Y me siento aún en la oscuridad más ciega y más atrapada, en enredos inmovilizantes.
Confusión, hasta respirar me es una duda en relación a si es mi error lo que siento, o si lo es lo que pienso, o si lo es lo que manifiesto, o si lo es el permitir, o si lo es el no limitar.
Y así todo y como sea. Solo queda seguir. Es solo que seguir es una cosa diferente a retroceder, y la desilusión tiene en si misma el color del retroceso.
Desearía poder ser rescatada por mi misma de este lugar.
Pero mientras los colores no estén solo me resta el esfuerzo de permanecer.
Ya pronto podre pintar, necesito luz. Pero antes que todo necesito transformar esta ceguera en ojos bien abiertos.
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