Desde que práctico yoga, muchas veces sentí el agradecimiento de lo que le provoca a mi persona. Cuerpo, alma, esencia, interior, exterior, auto estima, creatividad, seguridad... No sé si hay palabras para describirlo. Tampoco deseo hacer apología del mismo.
Es solo que comencé el profesorado de yoga hace poco. Pensar que lo creía ridículo años atrás cuando fui a mi primer clase, me parecía absurda la idea de que yo pueda hacer ese profesorado. Hoy soy tan feliz con eso.
De todas maneras desde la primera vez que fui a yoga a este lugar, sentí que había encontrado algo para lo que yo estaba perfectamente alineada... pero eso es otro tema y otro post.
En yoga, como en todo hay días y días. Clases y clases. Momentos y momentos.
Pero hay instantes en los cuales soy completamente feliz con la conquista de una postura. O con el estiramiento que logro. Con la liviandad que mi cuerpo siente. Con la concentración lograda. Con poder relajarme. Con el equilibrio. O con palabras y lecturas de una de mis profesoras... Es algo así como sentir que te regalen desinteresadamente y porque sí cosas que te hacen bien, feliz y que ni imaginabas... y uno solo puede decir gracias.
Esta semana estoy recuperando clases atrasadas y cada vez que voy tengo esta sensación de GRACIAS YOGA.
Hoy hablando de yoga, y mi amor a yoga, no se como alguien lo mezclo torpe y dulcemente con la idea de hacer yoga y tomar un vino. Me pareció ridículo (tanto como años atrás que yo haga el profesorado de yoga) pero con inmediatez recorde este video que vi hace un tiempo. Parece que ya más de uno ha pensado y sentido en amor a yoga y amor al vino.
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